
Después de que el taxi se estacionó al lado del andén, luego de una fila interminable de ellos, inmediatamente sentí que estábamos haciendo lo mismo que muchos hacen los viernes en la noche en la zona de La Primera de Mayo, o mejor en el barrio Carvajal o en la llamada “Cuadra Picha”, ¡vivir la rumba en el sur de la capital! Mi misión consistía en reconocer, entre todos los ambientes que existen en el sector, precisamente los bares de “ambiente”, es decir, los bares gay.
Comencé a identificar rostros con aires infantiles aún, con expresiones de expectativa, pero vestidos con pantalones ajustados y los cabellos parados; otros rostros con ánimo de fiesta, pero ataviados con los trajes de su trabajo diario, corbata y pantalones de paño.
Es fácil identificar los sitios gay, pues cada uno exhibe a su entrada, la bandera del arco iris y es que esta zona es particular en Bogotá, pues es el único lugar de la ciudad en el cual se mezclan los sitios de salsa, de vallenato, de rock con los bares de “ambiente” y así sus clientes no sienten ninguna prevención al dirigirse a su sitio preferido.
Nos dispusimos a entrar a “El Klan”, en el que la carta de presentación fue una mujer ebria, identificada con la chaqueta del sitio y quién nos sentenció “dos mil pesos el cover, nada consumible”. Luego de una requisa poco convencional entramos al lugar, allí ya estaban las parejas de hombres muy juntas y cariñosas, esperando a que más y más personas se animaran a tomarse la pista e iniciar el rito de la danza, con música electrónica y reguetón, que conduce a movimientos insinuantes que no es difícil adivinar en que van a terminar.
Desde una mesa junto a un balcón, cual sitio calentano, podíamos avizorar, la movida en los demás sitios e identificar a los jóvenes que llegaban en bus, colectivo, taxi e incluso caminando a buscar el mejor ambiente gay de la noche. Por su ubicación es un sitio estratégico para la rumba de un amplio sector de la ciudad; existe transporte público las 24 horas del día y es un eje que comunica a diferentes barrios como Candelaria, Kennedy, Banderas, Bavaria, Castilla, Alquería, Mayorca, Américas Central y Occidental, Galán, Santa Isabel, el Restrepo, Olaya y el 20 de Julio, entre otros.
Pasadas dos horas, y ahora ya solo, visité “Tropicana”, un sitio venido a más que ahora tiene logística para coordinar la entrada, con hombres fornidos vestidos de negro y acondicionados con micrófonos inalámbricos. También en su decoración ha implementado elementos de los grandes sitios: columnas, cornisas en yeso y espejos. Pero de igual manera sigue la decoración con papel seda utilizando los colores de la bandera gay en forma de cintas que se desprenden desde el cielo raso.
A la medianoche, hay un espectáculo en el que se presentan hombres con cuerpos bien formados, ropas llamativas, atuendos de obreros o marineros, que rítmicamente van perdiendo sus prendas ante la emoción y el deseo de los espectadores y uno que otro con asomo de timidez. Al contrario de los famosos rumbeaderos del norte de la ciudad, que por el derecho a entrar cobran entre quince y veinte mil pesos, sin ningún consumo, “Tropicana” cobra a sus clientes un cover de cinco mil pesos, con derecho a dos tragos de ron o aguardiente. Así resulta mucho más atractivo para los asiduos clientes asistir cada fin de semana a la zona. Este sitio también alberga algunas parejas de mujeres, quienes con pierna entrecruzada, comparten caricias y besos en medio del baile acalorado de los grupos de hombres. Ya a la madrugada, se ven algunas parejas salir con distintos rumbos, esperando volver el próximo fin de semana.
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